Cada niño que llega al mundo es una buena noticia, es una nueva esperanza, una nueva luz. Los niños y las niñas desde su infancia llegan al mundo transparentes, naturales con una visión del mundo sencilla pero amplia y sin límites.
Somos los adultos que a través de nuestras propias heridas vamos transformando al niño y lo contagiamos de nuestros sufrimientos, de nuestros miedos, los limitamos como nosotros fuimos limitados, les imponemos y obligamos a decir lo que no sienten y hacer lo que no quieren hasta que aprendan actuar como nosotros queremos.
Los niños y las niñas están conectados con su ser esencial, no están actuando, están conectados con lo que están sintiendo.
Estar conectados con lo que sentimos es lo que realmente nos guía a los seres humanos, pues es a través de lo que sentimos como descubrimos nuestra vocación, lo que nos mueve e inspira y es así cómo podemos aportar al mundo trayendo nuestro don, siendo únicos.
La infancia es el tiempo de recibir
Durante esta etapa necesitamos recibir alimento, amor, atención, necesitamos ser cuidados, porque es tiempo de siembra. Si cuidamos nuestras semillas, las nutrimos y somos cuidadosos con su entorno, cosecharemos árboles hermosos, con raíces profundas y frutos muy dulces.
Los niños pueden dar a luz una cultura de paz, ecológica, eficiente y además abundante, podemos soñar con un futuro diferente si nos dejamos guiar por los niños, cada niño trae un mensaje consigo para cada uno de nosotros, un mensaje de amor, de sanación y de fé; escuchémoslos, ¡que se oiga su voz!
Podemos y debemos soñar con un mundo mejor, se lo debemos a nuestros hijos y a nuestro propio niño interno.
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